viernes, 1 de agosto de 2014

Y al final, el adiós.

Y es que tal vez es la certeza de que acabará lo que nos seduce a empezar algo. Es en el final en dónde los hechos se convierten en eventos.

Casi cuatro años desparramándome en palabras, inconstante, indisciplinada y cobárdemente. Y después de tanto, después de pelear con mis palabras, después de asesinarlas un par de veces, de obligarles a acompañarme en las noches tristes, en las noches dulces, en las noches húmedas; después de las noches, al final de amarlas, por fin les puedo decir adiós.

Como se despide el amante de su amada a quien no ha dejado de amar, pero a quien no puede frecuentas más, así me despido de éste, mi espacio. Adiós, amor mío. Adiós, con este último café y estos cuantos cigarrillos. Adiós, en esta última noche húmeda. Después de tanto, después de tantas, vuelvo a ser yo el amante que acompañaste a despedir a alguno de sus amores de la vida. Adiós contigo, a la mujer que me empujó a escribirte; adiós contigo, a la mujer que te revivió. Adiós contigo, a quienes me alejaron de ti. Adiós a esos amores que murieron mientras intentaron ser, adiós a los que no fueron. Adiós contigo, a esos amores que siempre, en algún momento del día, vuelven fugazmente a ser. Adiós a todo eso que no puedo despedir y de lo que fuiste mi cómplice.

Cada rostro que te transcribí, cada sabor que te susurré, cada adiós que lloré a tu lado. Cada adiós, amor mío.

Después de montones de noches en vela, de tipos que fui, de lluvias infértiles, de nombres que no recuerdo, de rostros que todavía alucino, de amores que tal vez no volveré a ver.

En ti, en mis noches consumidas, fui tanto que no volveré a ser.

Adiós. Y como siempre hubo algo antes y siempre habrá algo después: adiós a ti, los amores que fui.