domingo, 27 de mayo de 2012

Quiero besarle y no volverla a ver

Yo quiero besarle y no volverla a ver. ¿Para qué soñar con un mañana? ¿Por qué privarnos de la posibilidad de fantasear con su vida tan solo después de conocer tan solo su nombre y el aroma de su aliento? Lo que llena la existencia son esos momentos fugaces de llenura instantánea, para acariciar el vacío en espera del próximo, y no esas falsas promesas de eternidad.

No es besar a cualquiera, no es acercarse porque sí, encontrá al amor de tu vida, llenate de deseo y amala por segundos no más. Sonreile a tu interlocutora y marchate feliz, para luego encontrar el próximo amor de tu vida, si es que tenés la suerte de encontrarlo una vez más.

Recostarme en el suelo, abandonar cualquier deseo de perdurar. Tan solo buscaré ese instante de de eternidad y asumiré que de todas maneras acabará.

Inminente

A vos la vida te puso aquí, a mí también. Es inevitable, algún día, en cualquier momento, vos te vas y yo haré mi parte, no hay pelea que valga, ni desgaste, ni fuerza. Nunca estaré tan cerca de quedarme como el primer día en que te vi.

La grandeza de todo radica en acaparar cada imagen, en el momento que es y guardarlas como se nos dé la gana. No más, no importa algo más. La inminente despedida es solo ese dulce pedacito que le da razón a todo. Le belleza tuya y mía están en la muerte de cada instante, no en la inmortalización de estos. El eterno revivir no es más que la excusa para sentir autocompasión u odio recalcitrante por una situación sin culpables. El espejismo de un mañana o la nostalgia del ayer, son eso, ilusiones, fantasías, necesidad de inmortalidad, pero vos y yo somos solo carne en reposo, esperando la putrefacción.

Inminente es la palabra, vos estás ahora, mañana puede que también, pero es inaplazable el día en que partirás, así como lo es el día en que yo también lo haré.

Coincidimos en un fragmento de existencia y me llena de alegría que así haya sido. Pero es el adiós, que siempre llegará,  el que le da la grandeza que merece.

Todos se van, todos; vos, tus padres, los míos, yo, tus hijos, los míos. No vale llorar, no vale gritar, patalear, golpear o amarrar. Lo que importa, repito, es que salgás a mojarte al llover, que te recostés en la sombra, que guardés cada imagen de cada instante fundamental como querás.

viernes, 25 de mayo de 2012

Dos de la mañana.

Si ella sabe a un cigarrillo a eso de las 2:00 a.m. no la dejaré ir. Y es que ¿Quién en vida podría decirle que no a un cigarro a esa hora? ¡Ah! ¿No fuma usted? Mejor para mí.

¿Qué le estaba contando? ¡Ah, sí! Ella puede tener ese sabor amargo de madrugada y eso seduce, pregúntele a mis hijos; el menor se levanta todos los días a las cuatro de la mañana, me abraza y se devuelve a dormir, y no es porque me quiera mucho, es que él tampoco puede vivir sin ella... ¡Perdón! No, digo, sin el cigarrillo en la madrugada. Ya la cabeza no me da para ser coherente, antes tampoco lo era, pero si me hubiera dado la gana lo hacía, ya ni queriendo puedo.

¿Qué era lo que le contaba? Claro, claro, de ella. Seguramente sabe a nicotina y alquitrán, y se debe mover como el humo. Digo "seguramente", porque no lo sé, no tengo la certeza y nadie me lo ha contado. Asumo yo, que si alguien me lo cuenta, me dejaría de interesar. En todo caso, seguramente no sabe a nada de eso, debe saber a fresas y chocolate, como saben casi todas las mujeres hoy en día; ese repugnante sabor del dulce. ¿A usted le gusta? Allá usted, yo si prefiero que me dé asco el sabor y aun así sentir que no puedo permitirme prescindir de éste.

Pero ¿Sabe qué? Yo creo que sí se mueve como el humo, si no fuera así, ella sería monja o, peor aún, ejecutiva en algún lugar, pero no lo es, ella es... como le digo, un cigarrillo a las dos de la mañana.