viernes, 25 de mayo de 2012

Dos de la mañana.

Si ella sabe a un cigarrillo a eso de las 2:00 a.m. no la dejaré ir. Y es que ¿Quién en vida podría decirle que no a un cigarro a esa hora? ¡Ah! ¿No fuma usted? Mejor para mí.

¿Qué le estaba contando? ¡Ah, sí! Ella puede tener ese sabor amargo de madrugada y eso seduce, pregúntele a mis hijos; el menor se levanta todos los días a las cuatro de la mañana, me abraza y se devuelve a dormir, y no es porque me quiera mucho, es que él tampoco puede vivir sin ella... ¡Perdón! No, digo, sin el cigarrillo en la madrugada. Ya la cabeza no me da para ser coherente, antes tampoco lo era, pero si me hubiera dado la gana lo hacía, ya ni queriendo puedo.

¿Qué era lo que le contaba? Claro, claro, de ella. Seguramente sabe a nicotina y alquitrán, y se debe mover como el humo. Digo "seguramente", porque no lo sé, no tengo la certeza y nadie me lo ha contado. Asumo yo, que si alguien me lo cuenta, me dejaría de interesar. En todo caso, seguramente no sabe a nada de eso, debe saber a fresas y chocolate, como saben casi todas las mujeres hoy en día; ese repugnante sabor del dulce. ¿A usted le gusta? Allá usted, yo si prefiero que me dé asco el sabor y aun así sentir que no puedo permitirme prescindir de éste.

Pero ¿Sabe qué? Yo creo que sí se mueve como el humo, si no fuera así, ella sería monja o, peor aún, ejecutiva en algún lugar, pero no lo es, ella es... como le digo, un cigarrillo a las dos de la mañana.

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