domingo, 20 de julio de 2014

A manera de agradecimiento.

De pronto, en medio de una noche cualquiera, me sorprendí intentando recordar un rostro hasta no hace muchos años conocido. Una canción que sonaba, en el ayer más reciente, me llevó al aroma de una piel, en el ayer más lejano, que ya no me era tan familiar. Una chica que fue un amor que no fue. Una noche lluviosa, como me gusta recordar las noches que no me interesa clasificar. La canción que le gustaba por su novio, la canción que me gustaba por ella. Todo eso que fui un par de años atrás, todo aquello que no recordaba, todo lo que dejé de lado, lo que creía y lo que quise. Todo lo que quizás fue, todo lo que nunca será.

De golpe, por un sabor y una canción, un completo desconocido se me plantó al frente, presentándose con mi nombre, mi rostro y mi voz, pero con aire distinto; pero con otro brillo en los ojos.

El recuerdo certero e involuntario planteó en mi estómago la inquietud de saber cuántos amores del pasado podría recordar, cuántos yo enamorados en el pasado podría reconocer y qué podría ser de todas estas personas justo en el momento en el que nadie volvió a verles. Yo, por mi parte, sabía que no volví a ver a cada uno de esos sujetos que fui, justo en el preciso momento en el que dejé de serles. Con ellas, la historia tendería a ser diferente.

De tantas canciones disponibles para hacer de puente, de tantos lugares habitados; tantas calles caminadas con la ilusión en la frente de tener cerca unos ojos cómplices, tantas otras que caminé con el cuerpo derrotado y la ilusión escurriéndose por el mentón.

Tantas que se marcharon, tantas otras con quienes no pude volver a hablar. Las que simplemente prefirieron dejar de hacerlo.

Entre quienes no volvieron a aparecer más que como fantasmas no queda más que agradecimiento por permitirme, hoy por hoy, el privilegio de dejar morir todo lo que fui en ellas, con la dignidad que merece. Allá, en el hades de la añoranza residen con la belleza propia de lo que ya no puede vivirse más que por la reconstrucción caprichosa del recuerdo. A ellas, las que se evaporaron, quienes sólo aparecen como a mí me da la gana; a ellas, gracias por ser esos vacíos que puedo llenar y reinterpretar cada cierto tiempo.

A quienes amé a la sombra, por periodos fútiles y fugaces; quienes me enseñaron inconscientemente la brevedad de lo eterno, que son momentos tan cortos como precisos. Ellas, que son sabores puntuales, horas exactas, aromas inconfundibles, lugares con firma. Son días tan cortos que son mis autorretratos más fieles. A ellas, con quienes soñé eternidades eufóricas durante unas cuantas horas.

Tanto, tanto que no fue, ni será. Todo eso vuelve a ser y es como si todo lo que ya murió reviviera con su dosis justa de deterioro, algunas horas al día, cuando vuelvo a pasar por las calles en que les besé o bajo las lluvias en las que no me dejaron besarles. Todo cuanto recuerdo cada que las veo pasar a lo lejos, sin que puedan reconocerme, así como no logro reconocerme cuando les veo. A ellas, en quienes viven esos tipos que dejé vivir.

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