jueves, 17 de enero de 2013

Compañía


Vos, allá. No sé si es la noche, no sé si es la cafeína, no sé si ya estoy tan intoxicado que la coherencia no se me es permitida. Hoy recuerdo noches que no fueron y días que se van con conversaciones dolorosas, con estupideces de esas que permiten descansar. Yo no te amo, vos no me amás; está claro que nuestra presencia, si se le puede llamar presencia, es una circunstancia, pero es la complicidad, la absurda y cínica complicidad, la que hace que yo me quede esperando cada noche, como si en mi trayecto entre la sala y la cocina o entre la cocina y la sala te fuera a encontrar. La candidez es mi propiedad más lastimera y la que me hace un holgazán.

Vos, allá, con tu soledad como es debido; yo con la mía, siendo coherente y vacío. Si yo abandonara mi soledad solo sería un ciego esperando el golpe, consciente de que llegará, a la espera para poder quejarme porque nadie me avisó y llamando la atención. No podría permitírmelo, no querría pedírtelo. Es la complicidad, no la compañía, lo que necesito de vez en cuando por corto tiempo ¿Quién dijo que la eternidad no podía durar semanas o días u horas? Al fin y al cabo, lo bello de la eternidad es que acaba, como todo, con todo, conmigo acá, con vos allá.

La compañía que yo me permito es la complicidad. Vos, con tu soledad; yo, con la mía, encontrándonos cíclicamente, en puntos de intersección a los que yo llamaría belleza, sin dejar de estar solos: yo siempre lo estaré, vos siempre lo estarás. Serían, sólo, tu soledad cerca de la mía; solos, buscándonos y dejándonos atrás.

Es la complicidad mi método favorito de compañía: vos lejos, allá; yo cerca, acá. Encontrémonos constantemente, hasta que nos debamos marchar; igual, al final, siempre partimos. Hagamos una fiesta previa celebrando nuestra partida, aunque nos acabemos de encontrar.

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