sábado, 9 de marzo de 2013

Él, que siempre fui yo.

Él, que era yo, llegó de nuevo a seguir de largo; a andar de paso. Seguía siendo, a pesar de los días, una ilusión entre horas; desazón en hora de bares. Él, que era yo,  seguía siendo la tranquilidad ajena.

Ella, que era cualquiera, seguía apareciendo a deshoras, justo cuando él dormía. Tomaba rostro, cuerpo o voz, pero nunca todos al mismo tiempo. Él, que no salía a buscarla porque podía encontrarle. Ella, que podía ser alguna, dejaba de serlas justo cuando él creía que tal vez podría ser solamente una. Algunas, que eran ella, en un beso despertaban.

Yo, que era él, decidí jugar por jugar, por no dejar, hacer por hacer, sin más deseo que al despertar poder desaparecer con facilidad. Ella, yo, algunas y él, decidimos, por economizar pesares, por malgastar azares, por burlar los encuentros, que era más fácil sofocarnos a besos que quedarnos a hablar. Él, que era alguno, prefirió esperar a que fuera tarde y obligarse a caminar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario