domingo, 15 de julio de 2012

Con una chica que lea y se pueda aburrir de ello.

Salir con una chica que no lee, en lo absoluto, puede ser un desenfreno sexual inmensurable. Salir con una chica que pasa más sus horas con libros que con personas, puede ser una aventura romántica, intelectual y potenciadora, como ninguna otra. Si no es así, en algunos de estos dos casos, olvídelo; agarre una camisa, sus zapatos y huya lo más pronto posible.

Yo, por mi parte, debo aceptar que no he podido encontrar un gusto pleno. Me gusta la sordidez de no entenderla, de no saber de qué habla y que, a su vez, ella no entienda una sola palabra de lo que digo. Que el único gusto que compartamos sea el de su piel cerca de la mía, el olor a torpeza, el analfabetismo que emana ese aire pesado y sofocante que emerge de entre nosotros. Me gusta, también, que pueda retarme, que tenga mil mundos en la cabeza cada vez que me mira, que haya visto morir a miles de sus amigos en las páginas amarillentas de algún libro con las esquinas dobladas y deshilachadas. Que huela a tinto y a papel húmedo, que no la desvele la eternidad, que se acoja con suavidad a cada capítulo de su vida (consciente de que cada uno es justamente eso, un capítulo) y que disfrute de los conflictos, porque, como bien sabe, es la parte más excitante de toda la narración. Pero no las soporto en totalidad; no logro lidiar con la dependencia, la candidez plena, la simplicidad, con lo insípida que puede ser la chica que no lee, con esa constante e irritante intención de hacer "el bien" o de hacer "el mal", sin mayores pretensiones. De igual manera, no soporto la mirada inquisidora, con gafas o sin ellas, de la mujer que lee, por no ser el protagonista de la novela que ella desea, de no poder ser el héroe, así cumpla con las condiciones narrativas para serlo. No logro disfrutar, en lo más mínimo, la actitud iracunda cada vez que la vida le sugiere, sutilmente, que tal vez no debería ser ella la protagonista de su historia, que puede ser la narradora en tercera persona de ésta.

Como en casi todo, he optado por los puntos medios, pero no por la tibieza. Yo prefiero encontrar a una chica en la suciedad de un bar, que huela a whisky, que sepa a amargura con destellos de euforia esporádicos. Prefiero a una chica que sepa qué decir, cuando tenga que decirlo, o que no lo sepa, pero que de todas maneras lo diga en sus justas proporciones, que sepa que la eternidad es solo una ilusión insulsa, pero que no hay que temerle, ni coquetearle. Busque una mujer que pueda no ser nadie en su vida, pero que tenga la suficiente fuerza para serlo todo en la propia, así su función sea la de narrar la vida de alguien más. Que no aborrezca la frivolidad, pero no le interese sumergirse en ella. Busque una mujer que se pueda ir cuando quiera y que efectivamente lo haga; si la encuentra y no se va, no le eche la culpa, seguramente es responsabilidad suya. Salga con una mujer que pueda ser tres segundos en su vida, que le alborote la visceralidad, que pueda alimentar su euforia una vez cada dos semanas y que, por sobre todo, pueda salirse de cualquiera de las generalidades insípidas que acabo de escribir, pero pueda volver a ellas una que otra vez.

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