sábado, 14 de julio de 2012

La Danseuse

Solo veo movimiento a mi alrededor,
No sé si son los tragos escasos
O si es la naturaleza móvil de su ímpetu.
El espeso humo escapando de sus palabras,
Los torpes cuerpos contorneándose a nuestras espaldas,
Unas cuantas sonrisas que aparecen, furtivas, pero sinceras
Mi cara de imbécil, que cuando se esfuma, vuelve y aparece.
Movimiento, al fin y al cabo,
Como el que pronuncian sus piernas fuertes;
Movimiento, recalcitrante,
Como en su carácter dulce, disfrazado de indolente.

Ya le he puesto un seudónimo
Aunque el francés se me vaya de las manos
¿De qué otra manera podría llamarla?

Sonríe. Algo debo estar haciendo bien.
La Danseuse baila conmigo,
Aunque sin necesidad de mover los pies.
Ella habla, yo escucho; yo hablo, ella escucha.
La atrocidad de nuestro tema podría desembocar,
Sin ningún problema y con cierta facilidad,
En un suicidio doble o en una sonrisa cómplice.
La crueldad es una cualidad subvalorada,
Encantadora, pero sobretodo mitigante.

No sé si es ella mi musa esta noche
O es el humo que, con cautela, de su boca escapa.

Su exuberante belleza, ahora lo noto,
No radica exclusivamente en la picardía de su mirar,
Tampoco en su actitud de café oscuro sin azúcar,
Es mérito, en gran parte, de ese deseo
Que provoca en mí, con tan solo exhalar,
De no querer amarrarme a ella, de no quererla mía.
Es su carácter móvil, su soberanía intacta,
Esa inexorable determinación,
El ser parcialmente indescifrable.
Es ella una de esas pocas mujeres
Que provoca ver bailando a la lejanía
Con un deseo incontrolable de no entenderla jamás
Y con la tranquilidad de saber
Que es eso lo que menos desea.

La Danseuse deja de ser una mujer,
Aunque con cualidades innegables de feminidad.
Se desprende, para sencillamente ser.

Me invade, vehemente, el deseo
De dejarla seguir con su vida,
No por desinterés, no por tedio,
Sencillamente, porque lo merece.
Pero cómo negarme a ver ese brillo
Que en sus ojos aparece
Cuando sonríe, tan fugazmente,
Aunque sea por un par más de veces.


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