miércoles, 13 de junio de 2012

-¿Por qué la luz? - Dijiste.

Recuerdo que alguna vez me preguntaste por qué La luz. Recuerdo cómo brillaban tus ojos. Recuerdo. Te dije, sin titubear, que era porque lo que veía de ti era tu luz. Recuerdo.

Te dije, lo sé, que no era La luz en sí, sino que era, también, el vacío de la misma; que por ejemplo a ti no te amaba por tu presencia, como tal, ni siquiera por tu ausencia. Que la razón era que existieras, como La luz. No era necesario que estuvieras, porque las sombras parciales, o la penumbra de tu abrigo, me permitían saborear la dimensión de tu vacío.

Tu rostro me confesaba, casi con pena, que seguías sin comprenderme, y, como un último recurso, intenté iluminarte como pude, como quise, tanto como me dejaste, tanto como quisimos; descubrí que habías empezado a entenderme, aunque sin reflexionarlo. Te di un beso y te escribí en la mano que era sencillo, que lo único que importaba entender era que, aunque sin saber por qué, La luz nos agrandaba, nos acompañaba, nos huía; que era ella tu cómplice y la mía.

Nos recostamos. Recuerdo. No me entendiste en el momento, pero sé, que ahora que la luz no me muestra tu rostro, entiendes perfectamente por qué La luz.

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