domingo, 17 de junio de 2012

Transversalidad.

La pulsión de soledad, este deseo de ser un ermitaño, me está pasando la cuenta de cobro. La noche ha llegado a darme la última estocada. Soy una bestia, como todos, buscando su propia caída sin si quiera saberlo, sin disfrutarla, pero sumergido de lleno en un festival de miembros destrozados. Alegoría a la muere y a la destrucción, qué somos sino es eso.

La melancolía es mi campo de acción, no estoy cómodo sin ella, no puedo darme nada sin su presencia en cada fonema que pronuncio; no puedo estar a gusto en la plenitud. Nada bueno nace en mí, si no es gris, frío y con dolor cervical.

Puedo notar, con el pasar de los días, que ni la pasión, ni el arte, ni la expresión han sido mi motivación principal. Mi ser no ha sido más que una excusa, un medio, para esta brutal, pesada, visceral y tormentosa necesidad de gritar, todos los días un poco, a la media noche, hasta que se me canse la voz, esperando, infructuosamente, a que se me agote la necesidad.

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