viernes, 14 de diciembre de 2012

¡Qué empiece el espectáculo!

Que attitude, que croisé
demi-plié, creo escuchar.
Entiendo muy poco en palabras
pero que escucho, escucho;
puede que no entienda las confusas instrucciones en francés
(Me siento estúpido siendo el único en todo el cuarto
que no entiende lo indicado)
pero escucho, la escucho,
traduciendo con ligereza
la confusa palabra oral de quien le guía
a una lengua de violencia delicada
que recita como precisa poesía
con paréntesis entre sus piernas
y comillas en su mejilla.

Es intimidante, es violenta, es bella
es cadente, es dolor, es fuerza.
Observo su sonrisa matizando el, apenas justo, desgaste físico
y recuerdo su mirada pintada de incertidumbre la noche anterior
mientras compartíamos la angustia adolescente de la terquedad mutua.
Ahora, hoy, cuando sea que escriba esto, es otro el encanto en su mirar,
es una determinación visceral,
es una precisión quirúrgica
acompañada de una alegría punzante
imposible de explicar.

¿Han, ustedes, encontrado la definición de Fabulosa con solo verla?
Es eso lo que veo en cada movimiento de su cuerpo.

Este incauto e impresionable espectador
no puede hacer más que escribir.

Para ellos, quienes danzan,
no es más que una práctica;
para mí, quien los ve,
es definitivamente
el testimonio sincero
del esfuerzo, dolor y deseo,
posiblemente
más bello que el pulido fin mismo.

En definitiva, no puede existir para mí religión alguna
que no sea un cuerpo de mujer
y no hablo, exclusivamente, del miope erotismo,
ni del efervescente deseo sexual;
es, además, la magia del movimiento,
el misterio de lo complejo
el encanto de su carácter
dulce, adictivo y violento.

¡Que empiece el espectáculo!
El que se aleja de la elegancia,
la pureza, la opulencia.
Es el dolor, es la belleza imperfecta,
es el sudoroso camino.
Es ella y esa sonrisa,
es su mirada cuando habla de su baile,
es su mirada cuando habla su baile.

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