lunes, 4 de abril de 2011

Cadente condena.

Como cada tanto, esta es una noche de deleite, de apacible regocijo, de un escaso fulgor. Una de esas noches en que me siento a ver el mundo desde afuera, en que mis sentimientos no hablan, en que habla lo mas claro de mi subconsciente.

Con un carente murmullo escucho mi voz, y te escucho a vos, a ese ser inexistente, inverosímil y abstracto que no habita un lugar diferente a mi cabeza.

Placentero es, sin duda, apreciar la vida, sin tomar parte de ella. Abstemio de participar, hablar de lo que no se o no conozco, opinar sobre lo que no me afecta. Ver las alegrías y tragedias, sin ese bozal de la moral.

Un sonido reconocido, adorado, pero impersonalizado. Tomar la voz para hablar, como si fueran propios, temas ajenos, dolores desconocidos o esperanzas embusteras; que tan agradable sensación sentir el mundo como propio, sentir que se le domina, acomodarlo y sentirlo, sin siquiera interesarse en tenerlo.

Agudas vivencias de otros, lagrimas ajenas, dolores y penas de un alma agobiada desconocida; deseos y sueños de alguien más, alegrías mentirosas y todo para poder pasar un desvelo tranquilo. Un bolero agudo, inconexo, falaz, bello y sin sentido, para amenizar la noche.

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