martes, 28 de agosto de 2018

La intermitencia de la piedra

Fue un enero hace casi una década. Por esos chistes del azar terminamos tres despechados compartiendo un descanso vacacional frente al mar y las discusiones metafísicas, existenciales, espirituales se entrelazaban con el chiste fácil, el comentario tonto y la duda sencilla.

Gracias a la tranquilidad que nos brindaba el conocernos desde hacía mucho tiempo, las tres historias que acarreamos por separado hasta nuestro sitio de descanso eran casi una misma desde el momento que arribamos. Gabriela y Fercha siempre fueron mis cómplices y yo el suyo.

Una de esas noches que compartí con ellas, en las que la vida parecía no existir más allá de los límites de aquella playa, recuerdo estar señalando constelaciones, porque el impulso narcisista de compartir datos irrelevantes siempre ha sido mi verdadera pasión, cuando Fercha preguntó si era cierto que Marte no titilaba.

Que sí, le dije, que era verdad. Que estaba muy cerca y la luz no alcanzaba a perderse en su recorrido hasta nuestros ojos y que aparte no emitía su propia luz como las estrellas, sino que era la luz del sol la que nos llegaba (no les digo). Fercha replicó que en ese caso le gustaba más. No entendí a qué venía su comentario, pero Gabriela se la pillo al instante. 

-¿Y eso? - preguntó maliciosa mientras se levantó del suelo arenoso y volteó su rostro hacia nuestra compañera.

-¿Cómo que y eso? Está ahí, siempre, su luz no desaparece. Uno puede confiar que siempre que mire a un cielo estrellado va a poderle ver. Nos puede faltar todo, pero nunca nos faltará Marte.

-Ay, no jodás, Fercha.- dijo y volvió a recostarse sobre la arena.

Luego del reclamo de Gabriela entendí que no estábamos hablando de Marte.

-Yo siento que es bonito que desaparezcan las estrellas en el firmamento aunque sea por segundos, le da vida. Sería muy estático de no ser así- dije tímidamente.

El silencio se apoderó por segundos de nuestra conversación y los tres parecíamos absortos en el firmamento, pero la verdad era que estábamos inmersos en la vastedad de nuestros pensamientos.

-Ustedes, que son dos almas libres...-dijo con inquina- seres de luz, que no son de aquí ni son de allá y toda esa paja. Pero a unos nos gusta la estabilidad. La permanencia.

-No es eso. Imaginate el cielo, así, estrellado pero si las luces fueran fijas, estáticas. Como instalación navideña dañada. En 3 días nadie miraría estrellas.- repliqué

-A mí me gusta esa permanencia.

-Lo dice la que no prende las instalaciones del pesebre...- se burló Gabriela.


Volvió el silencio. La arena me picaba y me paré por unos vasos y el ron que había en la cabaña. Al regresar, parecía que ninguna de las dos había pronunciado palabra alguna en mi ausencia.

-Y entonces, ¿en qué pensamos?

-Que yo sigo sin entender ese deseo de inestabilidad de ustedes.

-No es un deseo de inestabilidad, parce, es un reconocimiento de lo importante que es. De la vitalidad que brinda, como dice José.- dijo Gabriela con un cigarro entre los labios.

-Pero si estar tranquilo es tan bueno.- dijo Fercha, mientras le hacía señas pidiendo encendedor.

-La intermitencia es importante. -recalcó Gabriela. -Puede no ser lo más cómodo, puede doler, pero es necesaria.

-De acuerdo. -dije, atragantándome con el ron y los hielos que tenía en la boca.

Apareció la nube de alquitrán entre nosotros, y el debate prosiguió.

-Parce ve, la intermitencia como la distancia te permiten ver cosas con claridad, que muchas veces la presencia y la cercanía no te permiten. -recalcó mi copartidaria mientras se levantó, se alejó un par de pasos y cuando retornó con una piedra grandota. La acercó a nuestra amiga y se la puso entre los ojos.

-¿Qué ves?

-Una hijueputa piedra, qué más voy a ver.

-Sí, güeva, pero qué ves en la piedra.

-Que es lisa. Y pues... ve, y tiene una como una manchita abajo.

Gabriela alejo un poco la piedra y volvió a preguntar:

-¿Y ahora?

-Ah, no. No era una mancha. ¿Está mojada?

Gabriela se alejó como quince pasos y ya gritando volvió a preguntar:

-¿Y ahora?

-Ahora sí no veo una mierda. -dijo mirándome entre risas.

-¿Cómo? -Replicó Gabriela.

-Que no veo nada. A duras penas te veo a vos.

-¿Y no me ves sosteniendo la piedra? - Se acercó. -¿No viste en ningún momento que si yo no me hubiera parado e ido, la piedra nunca hubiese llegado? Decime ahora que no es necesaria la ausencia y la distancia para ver la historia completa.

Volvió el silencio. Yo me recosté y reí sin que lo notaran. Fercha se paró envalentonada y dijo:

-Pero es importante que las cosas estén, que permanezcan. Además, si desaparecen, nadie garantiza que vuelvan así uno aprecie la imagen general o todo lo que ustedes quieran.

-Nadie está diciendo que no, parce, de lo contrario no hubieras visto que la piedra era lisa. Pero ambas cosas son importantes.-concilió Gabriela.

-Y yo creo que nunca una distancia es demasiado extensa o una ausencia demasiado larga, muchas de las estrellas que vemos ahora, ahí, dejaron de existir millones de años antes de que nosotros naciéramos y ahí siguen. Algunas estarán cuando ninguno de nosotros esté. - Dije.

-Y no todo es color de rosa, a veces también te permite ver cosas que no te gustan y te hacen desear a vos no querer volver. Pero a veces, con el tiempo, notás que siempre te podés dejar sorprender.
Y cuando menos lo esperás, se te aparece una loca a ponerte una piedra enorme entre los ojos.

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