jueves, 2 de agosto de 2018

Refugios

Llegó la hora de hablar de refugios. Guaridas, madrigueras, resguardos, bunkers, aposentos, albergues, escondites; llamenlos como quieran. La clave está en lo que refugian y en esa función de sitios seguros, plenos, amenos, cotidianos, llegando a volverse rutinarios.

Es bien hijueputa la dicha y ese efecto anestesiante que brinda. Uno se siente infinito en medio de la plenitud y se le olvida que puede acabar en cualquier minuto después de la eternidad. Los sitios que albergan aquellos momentos de gozo, sobre todo los que permanecen una vez la inmensidad del regocijo parece más una ilusión delirante que un recuerdo vívido, se tornan cicatrices.

Son aquellos lugares los que acompañan y encubren horas extensas de dudas en pausa, temores atenuados, risas tontas, gritos ahogados al oido, ronquidos a medio día, disertaciones de medianoche, complicidades tácitas, penas potenciales y todo lo que haya en medio.

Suele pasar que terminás envuelto en cotidianidades idílicas, aletargadas en su mayoría, y de repente descubrís que en medio de una canción que sonó o una carcajada de fondo se construyó una efigie colosal en el mausoleo de tus recuerdos de cuenta de tres miradas, dos días de fuga y un cosquilleo sutil de domingo en la tarde.

Normalmente, esos sitios que dan abrigo no son responsables directos de tus momentos de dicha , ni mucho menos de la ausencia de los mismos, pero por lo menos a mí, que he hecho de una decena de ellos monumentos a las horas muertas, se me hace imposible no mirarles con reproche, como exigiéndoles la devolución de la gloria que albergaban.

Me he sorprendido revisando marcas, ventanas, puertas y hasta balcones de sitios propios y extraños  buscando indicios de que ellos tampoco me han olvidado. Por estos días tengo pendiente la despedida de un par de los más recientes. No veo la hora de volver cuando ya no sean nada.

A veces todavía paso por ellos, por casi todos, como bazuquero en pleno embale y me siento a ver como las horas parecieran no pasarles. Como cuando refugiaban las mías y se las devoraban enteras.

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