martes, 28 de agosto de 2018

Una velada teórica y un sentimiento muy grande

Era una noche de sábado hace mucho tiempo, pero sigue sintiéndose cómo si hubiera sido la semana pasada.

Yo quedé de ir a su casa porque la extrañaba, porque me hacía falta. En el fondo, también necesitaba aclarar cosas.


Llegué después de las 7 p.m. y el abrazo no fue lo que yo esperaba, aun así nunca me podría quejar de un abrazo suyo. Saqué un par de cervezas de mi morral como si fueran un tesoro preciado, le pasé una, guardamos el resto y nos dispusimos a desatrasar. Era difícil concentrarme: entre las ganas de besarla, lo mucho que me gustaba verla y lo que disfrutaba escucharla hablar, no era capaz de lidiar con todo al mismo tiempo pero ponía de mi parte.

Pude ver pronto un atisbo de incomodidad acompañada de desolación. Tomé un trago largo y me apuré a preguntar por su angustia, ella negó la existencia de algo fuera de lo normal.

-Los mismos problemas de siempre -apuntó.
Yo no le creí, pero dejé que el silencio diera el ritmo.

Una segunda cerveza y me apresuré a preguntar si podíamos poner música. No me dejaría darle abrigo con mis palabras, entonces preferí que se lo dieran las de otros.

Como la tensión se sentía a kilómetros saqué uno de mis comentarios para ponerme en vergüenza que guardo siempre bajo la manga y dejar que bajara el arsenal de autoprotección por un momento. Rió tímidamente y me miró a los ojos.

-¿Querés bailar? -dije mientras me miraba, esta vez desconcertada.

-¿Aquí?

-¿Cuál es el problema?

Se levanto despacio y puse cualquier canción.

-Sea lo que sea, me podés contar -dije cuando estaba pegado a su oído.

-Es complicado.

Una vez terminada la canción y ya sentados nuevamente, procedí a tomar valor y a hablar de lo que necesitaba decirle. Una vez más, como las anteriores.

Necesitaba pedirle excusas por ponerla en situaciones tan complicadas una y otra vez, por insistente, por necesitar hacer tantas claridades, por haberle hecho daño, por haberme ido. Necesitaba que me entendiera, necesitaba entender qué pasaba por su cabeza y su pecho. Necesitaba mucho y tenía que pedirle perdón por ser tan necesitado.

Le dije que nunca me interesó controlar sus deseos y por eso intenté nunca hacerlo, que no me importaba si no me quería volver a besar y que por eso me fui, que nuestra relación nunca fue mi prioridad; nuestro amor sí, la complicidad que acarreaba, la dicha, esa sensación de seguridad, ese deseo de sensatez extrema, esa necesidad de sinceridad, toda la alegría que sentía en el pecho cuando pensaba en ella o cuando la veía feliz, los almuerzos y los desayunos. Todo lo que alimentaba nuestro amor. Que no me interesaba si ya estaba enamorada de alguien más, que sí eso la hacía feliz, a mí también. Que no me tenía que desear, que lo podía hacer en secreto, que yo no me tenía que enterar, que nuestro amor era todo lo que yo quería que me siguiera brindando, que si todavía existía en ella como lo hacía en mí, nos dejara sacarle provecho, que nos dejara seguir creciendo a su lado. Que no teníamos que renunciar a nada de lo que era verdaderamente fundamental, si quería. Que podíamos seguir construyendo ese amor, más allá del espejismo pasional y el deseo de propiedad, sin la etiqueta, amándonos sin ser... O siendo, con nuestro amor, dos individualidades que coincidían. Que yo creía en nosotros, y en nuestra capacidad de crecer más allá de egos y orgullos. Que siempre había estado ahí, aún cuando no me sentía, que hiciera memoria y se daría cuenta. Que sólo quería verla feliz y que me haría muy feliz que me permitiera estar ahí para contribuir. Que no necesitaba que me garantizara nada, que no me adeudaría nada, ni yo a ella. Que mis sentimientos por ella eran tan grandes como se lo dije el día que me fui, que era real todo. Que lo que quería era que me dejara amarla más allá de lo que habíamos sido y que ella se sintiera tranquila haciéndolo, si quería.

Su respuesta... bueno, la verdad es que nunca supe su respuesta, por lo menos no de manera directa, aunque hoy podría sacar conclusiones. Básicamente la razón por la que nunca pude obtener respuesta alguna es porque esa noche, que fue dos noches, nunca pasó. La primera, porque me sentí canalla llegando en medio de su duelo ya finalizando a llenarle de dudas, a plantearle interrogantes que tal vez llevaba meses intentando responder y para las que ya empezaba a tener respuestas medianamente satisfactorias, porque no me sentí lo suficientemente fuerte y estable como para ser tan caradura de aparecerme, porque a pesar de las dudas estaba dispuesto a aparecerme en la puerta de su casa si ella hubiese escrito para confirmar. Me sentí aún más canalla cuando no aparecí. La segunda vez, fue demasiado tarde y a ella ya no le interesó. No es que pueda enojarme mucho porque así haya sido

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