martes, 25 de diciembre de 2012

Voy con una camisa harapienta y unos días caducos.

Algunas veces escribo para alivianar carga en el maletero, algunas otras lo hago para mantener vivos los demonios. Otras tantas, aun más recurrentes, termina siendo un vicio inoficioso. Me gustan los vicios inoficiosos, como fumar o buscar un par de piernas de mujer entre mis recuerdos y llevarlas amarradas a mi abdomen. De ese tipo de vicios te estoy hablando.

Me gustan los sustantivos con de género femenino: la lluvia, la soledad, las noches, las tortugas, la luna, la perversión, la violencia, la ella, las ellas. Quizá por eso les escribo, a todas; por eso y porque ninguna es ni será mía, y así me gustan, pero también me gusta pensar que con palabras lo serían, así fuera sólo mientras llega el punto final. Todas deben acabarse, marcharse, todos, todo. Si nada se marchara ¿en dónde habitarían la seducción y el encanto?

Es que es la despedida la mejor parte de la llegada (la despedida, sí, también es ella), al fin y al cabo es la única que es para siempre. Hablo de las reales, no de esas tibias e insípidas que no determinan, no aran las vísceras, no duelen; esas no son más que aberraciones.

Me gustan más las mujeres de ojos negros, de opacas luces, impenetrables, intocables, inmóviles. Me gustan por imposibles, porque en ellos es más difícil quedarse, porque son, inevitablemente, más violentos en la furia, más brillantes en la ducha, más bellos al blanco y negro.

Escribir, como te digo, no es más que otro de esos vicios inútiles que llenan mis días vacíos. Uno más, como el café oscuro y sin azúcar, después de media noche, o los rostros desnudos que busco con afán en cada calle que transito, que no intervengo, que no llamo, que no habito; que están ahí para potenciar mis días caducos.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Algunas veces

A veces, sólo a veces, me gustaría no vivir bajo el cobijo de la soledad. No intento quejarme, le amo, está en mí. Pero hay días, para ser más exacto, momentos en los que duele, como cualquier otro amor.

A veces, sólo a veces, me lastima la soledad. Las otras veces también lo hace, pero me encanta que lo haga.; simplemente hay fracciones del tiempo que no le soporto, porque sencillamente no me soporto, como en cualquier otro amor.

Hay días en que me encantaría amar a otras mujeres más que a ella. Algunas veces, solo algunas veces, quisiera amar a alguien tanto como a mí, tanto como a la soledad.

Algunas veces, solamente algunas veces, quisiera perder las horas con alguien a parte de mí; caminar de regreso a mi casa pensando en la sonrisa de alguien más, pasar noches largas en vela con alguna voz que no sea la mía. Algunas noches quisiera dejar ir a una persona que amo, en la cresta de la ola, cuando más le ame y momificar en mi cabeza, con una imagen o unas palabras, momentos suyos, desnuda, a contra luz, como a cualquier otro amor.

Algunas veces me puede la soledad, pero voy, duermo, y al siguiente día le amo, como si la noche anterior no hubiera sucedido.

Imaginándola me perdí.

Y la imaginé una noche, un domingo.
Un día de esos que no pasa nada
Un noche de esas pasó ella.

La imaginé delgada
como me obligó,
como insistió ella.
La verdad es que me gustó.
La imaginé como me gusta a mí
en una imagen tenue,
con la luz suficiente.

La imaginé con tal fuerza
que me perdí en su espalda,
entre pliegues marcados,
entre tonos de gris.
Bailando el ritmo que fuese
perdí cualquier tipo de noción:
tiempo, día, hora, año
realidad, ficción, limbo;
hasta que solo quedó ella.

Imaginándole me perdí
entre delicadas lineas curvas.
Entre sus tonos
Y los que yo inventé.


sábado, 22 de diciembre de 2012

Con cigarrillos, pero sin candela.

Y de repente me encontré caminando solo, con un reciente dolor de cabeza, la boca reseca y una leve culpabilidad entre los ojos. Me vi solo, me vi a mí siendo yo. Me vi estando solo; tan solo como merecía, tan solo como lo necesito. Me vi.

Fue tan extraño como un viejo sonriendo al verse morir o como tú, sonriendo mientras me iba en la mañana sin despedirme, ni proponiéndote una noche de más.

Verme, sin más, frágil, vulnerable, honesto, sin el velo falaz de la alegría, sin la barrera castrante de la euforia fue inútil (afortunadamente); fue el mejor regalo que pude haberme dado, aunque tuviera cigarrillos, pero  candela no.

Caminando sin pensar en más que en el siguiente paso me percaté de lo solo que estaría el resto de mi vida, con pequeños lapsos de compañía, pero al final volvería a caminar un mediodía, con dolor de cabeza, la boca reseca y con la Soledad de compañera.

viernes, 14 de diciembre de 2012

¡Qué empiece el espectáculo!

Que attitude, que croisé
demi-plié, creo escuchar.
Entiendo muy poco en palabras
pero que escucho, escucho;
puede que no entienda las confusas instrucciones en francés
(Me siento estúpido siendo el único en todo el cuarto
que no entiende lo indicado)
pero escucho, la escucho,
traduciendo con ligereza
la confusa palabra oral de quien le guía
a una lengua de violencia delicada
que recita como precisa poesía
con paréntesis entre sus piernas
y comillas en su mejilla.

Es intimidante, es violenta, es bella
es cadente, es dolor, es fuerza.
Observo su sonrisa matizando el, apenas justo, desgaste físico
y recuerdo su mirada pintada de incertidumbre la noche anterior
mientras compartíamos la angustia adolescente de la terquedad mutua.
Ahora, hoy, cuando sea que escriba esto, es otro el encanto en su mirar,
es una determinación visceral,
es una precisión quirúrgica
acompañada de una alegría punzante
imposible de explicar.

¿Han, ustedes, encontrado la definición de Fabulosa con solo verla?
Es eso lo que veo en cada movimiento de su cuerpo.

Este incauto e impresionable espectador
no puede hacer más que escribir.

Para ellos, quienes danzan,
no es más que una práctica;
para mí, quien los ve,
es definitivamente
el testimonio sincero
del esfuerzo, dolor y deseo,
posiblemente
más bello que el pulido fin mismo.

En definitiva, no puede existir para mí religión alguna
que no sea un cuerpo de mujer
y no hablo, exclusivamente, del miope erotismo,
ni del efervescente deseo sexual;
es, además, la magia del movimiento,
el misterio de lo complejo
el encanto de su carácter
dulce, adictivo y violento.

¡Que empiece el espectáculo!
El que se aleja de la elegancia,
la pureza, la opulencia.
Es el dolor, es la belleza imperfecta,
es el sudoroso camino.
Es ella y esa sonrisa,
es su mirada cuando habla de su baile,
es su mirada cuando habla su baile.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

El doce, de un doce, del doce.

Llevo días levantándome sudoroso
después de soñar una y otra vez
con la misma imagen que se reitera
la misma, que se alitera, que se repite
La misma que se alitera, que se repite.

Es ella, aunque no vea su rostro
es ella, lo veo en sus senos, que apenas se ven
lo veo en sus piernas que se ven completas
lo veo en su cadera, que reconozco.

Es una Ophelia de Millais, viviente.
Es una Dánae de Kilmt, decapitada.
Es una durmiente princesa, de Renoir,
que ni se inmuta por mi presencia.
Con pezones asesinos
con los muslos inertes
con la entrepierna húmeda;
con mi inestabilidad a punto de nieve
a la orilla de la agonía.

Van quince veces que la sueño
repetitiva y constante,
constante y repetitiva,
y aun faltan otras doscientas.

martes, 4 de diciembre de 2012

¿Qué es lo contrario del gris?

Este sentimiento anodino que descuartiza.
No soy nada, no quiero ser, no odio nada.
Es esa calma insípida, salubre, higiénica.

No me lleno de veneno, ni caigo, ni siquiera logro desplomarme
ni a sus brazos, ni debajo, ni encima, ni en la tan incomoda medianez.
No tengo la sordidez cómplice de cualquiera,
ni el encanto de estar a solas conmigo.

No quiero estar pleno, pero tampoco puedo saborearme melancólico.

Entre el negro y el blanco
¿Qué es lo contrario del gris?
Eso soy yo mientras escribo.
No hay odios intransigentes,
no hay amores banales,
no hay visitas carnales,
ni  la soledad de siempre.

Las vísceras solo me sirven para, torpemente, digerir podredumbre.
Yo no podría, yo no me pudro.
Los tangos no me deprimen,
los boleros no me lloran;
la belleza ni me baila, ni me despedaza.

martes, 23 de octubre de 2012

Los días de las horas.

Las horas, por estos días, pasan de manera dolorosa. Ya no son excusa de ocio, ni siquiera de evocación; no son mías, ni de alguien, ni de ella, ni de nadie. Son penas y angustias que pasan una por una, cada una a su tiempo, las veinticuatro todos los días.

Los días por estas horas son más lúgubres, más parcos, más fríos. Con todo lo que me gusta del frío, debo decir que el de estos días es diferente. Esencialmente, es un frío oseo, inerte, inmóvil, incapaz, pútrido, que me llama a desaparecer en cualquier segundo, antes de que la próxima hora.

No es la soledad. Ahogarme en gritos pusilánimes en contra de la soledad sería achacarle culpas a una parte más de mi cuerpo; como decir que las horas que pasan punzantes son culpa de mis uñas o de mis dientes. El agobio de mis días solo es culpa de mi vida por buscarles, de mi vida por no ser capaz de evitarles. La culpa del frío (cínico, bastardo, autoritario), por otro lado, solo puede radicar en mi incapacidad de abrigarme.

El frío y el dolor se parecen a los días y las horas. Yo paso cada segundo de mi vida transitando por ellas, por todas, por unas, haciéndome el imbécil cuando de velar por mí se trata.

lunes, 15 de octubre de 2012

Feliz Viaje

Le diría que le irá de maravilla
Que no ha de asustarse
Que le deseo buena suerte
Pero eso podría decirlo cualquiera;
No deseo ser redundante,
Lo irrelevante, tal vez me sea imposible evitarlo.

Prefiero decirle que quería escribirle esto
Sin un por qué muy claro.
Que me senté frente a una canción con su nombre
Y de repente
Terminó siéndome necesario.

Resulta, señorita,
Que deseo que el avión llegue sano y salvo
Que estremezca a cualquier escéptico
¡Maldito todo aquel que no disfrute sus pasos!
Que regrese más pronto que tarde
Que pueda fumarse conmigo
Un par de minutos u horas
Y, si me lo permite,
Observar como se dibuja el hoyuelo en su mejilla
Cada que su mirada tiende a iluminarse.

Feliz Viaje.

lunes, 8 de octubre de 2012

Tal vez la vi; tal vez sólo habló.

Como hombre torpe, simple, temeroso;
Como hombre regular al fin y al cabo
Uno sucumbe con facilidad
Ante la fortaleza femenina.
Eso, a lo que llamarían sensualidad,
Está aferrado al carácter determinado.

Ella, por ejemplo, nunca me ha enseñado su rostro.
La vaga estela, que guardo en mi retina
No es más que una sonrisa y un beso enviado a nadie;
Momificados
Ilusorios
Inexistentes en el momento.
Aun así, sus voces
(¡Sus voces, sus voces!)
Pueden retratármela
Con su sarcasmo en los días de mierda
Con su vehemente felicidad
Con el agotamiento cotidiano
Incluso, con el silencio en ella.

Eso que llamaría sensualidad
Eso que ella domina inocente
Tan difícil de ignorar, tan peculiar,
Es eso que la hace visible
Es lo que hace que mi cabeza la dibuje
Que sienta haberla visto
Algún día en algún lugar.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Déjame de ti.

Déjame de ti
El odio con que me miras.
Déjame el desdén, la suficiencia al caminar.
Déjame de ti el odio con que te miro.
Déjame contigo, en mí,
La ignorancia de ti,
El creer conocerte.

Déjame, déjame a mí construirte a mi antojo
Con terror mítico y encanto idílico.
Déjame de ti mis miedos, la poca paciencia,
la torpeza reinante.

Déjame de ti, pero déjame.

Y ya no llueve.

Justo ahora que la soledad regresa
Como una amante dolida dispuesta a acabar con todo
Ya no llueve y el café se enfría.
Ya, que el regocijo tiene cuerpo de mujer,
De mujer que no habita,
De calma que no nada, pero sí ahoga.
Justo ahora
Que mis palabras no aparecen
Que necesito escribir y no puedo.
Justo, justo ahora ni llueves, ni lluevo.

Mi amante, que siempre fue ella, la lluvia
Ni aparece, ni me busca.

martes, 18 de septiembre de 2012

Dejame

Déjame especular primero con un beso tuyo.
Con el sexo desenfrenado,
Con la complicidad nocturna.
Antes. Todo antes de presentarme.
Antes. Todo antes de que me notes.

Evitemos el no llamarnos,
Evitemos a tu madre interrogarme.
Déjame fantasear con tu sonrisa tímida. Desnuda.
Déjame culparme por cualquier ausencia posible.

Descúbreme como una obviedad trivial
Después de haberte visto sufriendo por mí.
Déjame mirarte como quien no escribe sobre ti.

Déjame malgastar tinta sobre esta hoja de papel
Deseando ser la tinta inerte sobre tu piel
En tu cuello, en tu espalda, en grafemas.
En profanas figuras inmortalizadas en tus piernas.

Déjame disfrutar de la ruptura
Del dolor de tu ausencia
De la facilidad del olvido.
Déjame culparme
Por no decir "Hola", ni "Adiós".

domingo, 12 de agosto de 2012

Aquella mujer

Aquella mujer es una canción de Sabina
Que no entiendo, ni me interesa entender
Es ese fuego de la infancia que espera lo mejor de mí.
Es esa rabia naciente en el deseo por la vida que fui,
Esa astilla de canela,
Esa hoja de laurel
Esa textura a cerveza.

Aquella mujer es mis mañanas caducas,
Esas que viví y no recuerdo
Mientras me embriagaba torpemente
En aquel destilado de su voz.

Aquella mujer es la impotencia de vivir sin ella,
La perdida de la ilusión de fe;
Es vivir creyéndola mía, aunque con otro esté.
Aquella mujer que fue, es.

sábado, 11 de agosto de 2012

Tal vez

Tal vez si me voy, la ausencia te obligue a pensarme y el vacío se llene de melancolía. Cuando falte por completo mi voz en tu vida, es posible que en las noches desnudas aparezca la sombra de mis dedos sin compañía. Puede ser que cuando el amor no tenga más mi rostro, no te guste el rostro que tome. Las madrugadas en que tus piernas no alcancen ya mis versos, ni mis renglones, ni mis tildes, ni los pixeles, ni siquiera la escasa tinta; tal vez el croquis de mi cuerpo sobre tu terraza atrape tu tristeza. Posiblemente, mi fraternidad te sea un arpón, como se ha vuelto para mí la tuya.

Podrían convertirse tus besos canallas, a los sujetos en tercera persona con voz pasiva, en una suerte de tóxico cardiovascular.

Tal vez con la ausencia, tu cuerpo decida exigirme o caducar; pero no será. Tal vez el agujero negro de lo que fui sea la excusa perfecta para descolgar el cuadro de mi rostro, de tu lóbulo temporal.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Morena

Llegas con las olas
Y te veo al amanecer
Calma matutina
Cómplice y sensatez.
Llegaste con mi certeza,
Morena, a dormir otra vez.
Y volaste cuando el dolor
Nos acarició mutuamente.

Morena, díctame la receta
Para dormir sin tu voz;
Para tenerte, sin extrañarte;
Para poder caminar hoy.

Morena, tú me amaste por primera vez
Y eso significa un para siempre.


Esta noche.

Duerma conmigo esta noche, Princesa.
De la madrugada nos preocuparemos
Cuando la cabeza nos dé vueltas
Y el impertinente sol nos recalque
Las tonterías hechas y la vida muerta.

Duerma esta noche sobre mi almohada, Princesa
Le prometo, que su amor de turno
No se enterará de su rostro ruborizado,
Ni mucho menos, del olor que albergan sus piernas.

Penélope (Parte 2)


Conocí a Penélope siendo todavía muy joven; muy joven ella, muy joven yo. Recuerdo, por sobre todo, su forma de mirar; como, por ejemplo, miraba sin quererlo y como quería sin mirar. Recuerdo, como al poco tiempo, cambié su nombre para mí por el de Tranquilidad, Luego volví a cambiarlo por Alegría y lo seguí cambiando, hasta que finalmente, se llamó Ausencia.
Recién la conocí, pintaba cuanto quería. Yo le pedí constantemente, que me llenara de sus colores, pero la vida, que se cree divertida, no nos dejó. Cómo por ejemplo, aquella madrugada, que sonrojados por el fervor hormonal de esa adolescencia, poco adolescente de preguntas intransigentes e intentos precoces de inteligencia, me confesó que deseaba que me situara desnudo tras su lienzo, mientras ella pintaba; a mí no me importaba que pintara casas, frutas, jesucristos o montañas, mientras que con mi pene indefenso y mis piernas flácidas me exponía a su acogedora mirada. Lo dije que sí, con el tiempo, ella me dijo que no podía; seguramente, después, algún suertudo bastardo pudo situarse en ese lugar en el que quise parame yo.
Yo le enseñé a escupir palabrotas, cada que lo necesitara; a cambio, ella me enseñó a ser decente, cada que pudiera. De mí aprendió que a veces su sonrisa puede nacer de otro corazón; de ella aprendí que estar enamorado tendría final, pero amarle no. Además, ella fue mi maestra ejemplar en la lección que cambió mi vida: Los momentos, los entornos, las canciones para besar habitan esta vida en exceso, por eso no se pueden desaprovechar, pero tampoco hay que materializarlas todas; ella me enseñó ambas posiciones, aunque nunca fue consciente de la segunda.
Alguna noche, me buscó y la busqué (Fue mucho antes de ser quien después fue; fue mucho antes de darme cuenta que yo siempre fui el mismo), llovió, se pasó su futuro y mi presente por nuestra noche, nos sentamos bajo un árbol, nos paramos para alcanzar las luces y luego volvió a llover.
-¿Puedo pedirte algo? –Le babeé
-¿Qué?
-¿Puedo Besarte bajo la lluvia?- Balbuceé, baboseé y agonicé.
-… no puedo mojarme –Sabiamente advirtió.- Lo sabes, me enfermaría mucho.
Allí, me enseño, que la cursilería extrema solo funciona en las películas; cuando funciona. A pesar de esto, siguió amándome; el por qué no lo sé, pero lo hizo y yo me juré ser un poco más sensato y menos estúpido. Con el tiempo y después de mucho caer, lo logré.
Recuerdo, con dulzura, el día que se despidió de mí. Odio el dulce. Me besó y lloró; yo lloré e intenté besarla. El sol debió salir aquella noche, porque recuerdo que no pude dormir. Paseé por mi habitación intentando saber que haría de mi memoria con ella en ese cuarto, por fuera del cuarto; cómo borrar su aliento de mi almohada y cómo sobrevivir, sin tener que quemar la casa, me cuestioné toda la noche. Al final, decidí mudarme; su recuerdo no desapareció, pero pude inundarle de bellas mujeres, que sin mucho significar, pudieron ocultármela en los días y en las noches sin soledad. En el encuentro conmigo, en esas noches que mi único rival fue un tipo que me miraba sórdido desde el espejo, no pude ocultarla jamás. Sabina fue un suertudo si solo demoró 500 noches; lo mío fue, por lo menos, unas 6.200. Los 19 días si fueron suficientes.
Decir que conocí a Penélope es iluso e injusto. Yo fui de Penélope y ella no fue mía, como debía ser. Una noche, de esas en las que no dormía por dibujarle eso que dejó de dibujar, por fotografiarle eso que no fotografió, por escribirle lo que nunca leyó se me ocurrió la fabulosa idea de visitar su casa. Llegué, mientras ella y su familia no sospecharían, me escabullí a su azotea, esa que hasta hace poco había sido cómplice de un par de encuentros furtivamente felices y en la caja de zapatos en la que había guardado mi alma durante años, le dejé una nota, deseando que nunca la encontrara, para no poner en evidencia mi tontería; pero soñando, infantilmente, con que algún día en medio de una limpieza dominical, pudiera encontrarse con el extraño elemento, ajeno a ella, que sin duda alguna reconocería. Me marché, no sin antes fumarme varios cigarrillos un par de metros encima de donde con tranquilidad dormía, esperando que así, y por arte de magia, soñara un poco conmigo.

martes, 7 de agosto de 2012

Penélope (Parte 1)


Recuerdo que esa vez despertó con la habitual extrañeza que manifestaba día tras día, mientras el sol apenas despertaba. Esa mirada ausente, ese tono dulce, ese hacer y no hacer, esa demencia que me crió, ese recuerdo que se le veía en los ojos, que no sabíamos que era, que mantenía presente; eso que era previo a mí, previo a mi padre,  eso que él murió desconociendo y que después de su muerte, ella, nos intentaba ocultar, diciendo que era en Papá en quien pensaba. Pero yo siempre supe que no era cierto, cuando pensaba en mi padre (que lo hacía) su rostro se enfocaba en punto y hasta sus manos miraban eso que ella escogiera para pensarlo; con ese recuerdo ilegible no, podía estar haciendo cualquier cosa, podía hacerlo bien, pero sus ojos dejaban de mirar, era como si buscaran entre tantos rincones y recodos de su cabeza algo que ya no sabía si existía o existió, pero que con cierta frecuencia decoraba con una sonrisa leve y cansada, no de tedio o frialdad, sino que era síntoma inequívoco de los años, de la alegría de hallar real algo que no sabía con certeza, pero que sentía con melancolía y le sonreía con prudencia. Eso, eso era lo que hacía todas las mañanas, eso fue lo que hizo esa mañana, mientras que mecánicamente cumplía con los deberes que ella misma se pedía.

Esa mañana avanzó lentamente, como si ella hubiera acordado con el sol, que cuando ese día llegara, tuviera tiempo suficiente para excavar con tranquilidad, antes que éste se posara, cenital, sobre nosotros: Prendió velas, las apagó, las volvió a prender, navegó durante horas en la bañera, pintó, cocinó para ella, cocinó para mí y si mis hermanos hubieran estado allí, habría tenido tiempo para hacerlo todo de nuevo y cocinar también para ellos. Todo esto, claro está, lo hizo con esa mirada ausente que no abandonó; con pequeños lapsus, que cuando superaba, siempre se reprochaba en silencio, pero que si se los hubiera gritado, no habrían sido más notorios.

Cuando llegó el medio día, recuerdo que se asomó a la ventana.
-¡Qué bonito! -Me dijo
-¿Qué, mamá?
-¿No lo ves? El tono de azul que tiene hoy el cielo –Me aclaró suave, pero inquisitoria, como si fuera una herejía  mi desconocimiento.

Fue hacia su cuarto y sacó la foto de mi padre, la acarició, le dijo algo que no alcancé a escuchar y la guardó. No le gustaba ver su foto mucho tiempo, decía que era amarrarse a dolores del pasado que no se solucionarían.

Prendió un cigarrillo, subió a la azotea de la casa, esa azotea que desde que tengo memoria fue solo suya, que hizo su guarida, su ventana, su bodega, su paraíso, y con los dedos untados de colores se pasó la tarde embriagando blancos lienzos de sus violetas intransigentes, sus rojos leves, sus amarillos predominantes y sus azules omnipresentes.

domingo, 29 de julio de 2012

Buen viento y buena mar.

Tu foto me mira, punzante.
Tu beso me tortura, ausente.
Ya no sos yo, obviamente.
Mi nombre ya se borra, no lo recuerdes.

Es esencial que bajaras la persiana,
Es esencial que yo le haga el duelo.
Sonrisa, desnudo, beso, caricia,
Algún imbécil suertudo será ahora el beneficiado
Así como fui yo aquel idiota suertudo, un día cualquiera.

Está en lo que soy aferrarte a mí y anudarte al resto de mi amor.
Está en vos hacer el corte y tomarte fotos en una pradera
Con el imbécil, su familia y sonrisa, en un par de dias o semanas.

Podría prometerte cientos de cosas
Pero me cansé de prometerlas
Solo quisiera informarte
Que dejaste un hueco
Con la forma de tu cuerpo
En la parte central de mi pecho.
Que dice mi familia
Que cuándo pensás arreglarlo.

No es mucho más lo que te digo,
Que hay poco tinto, que no hay masajes,
Que, si quieres, borres mis mensajes
Que estos son los últimos versos que te escribo.

domingo, 15 de julio de 2012

Con una chica que lea y se pueda aburrir de ello.

Salir con una chica que no lee, en lo absoluto, puede ser un desenfreno sexual inmensurable. Salir con una chica que pasa más sus horas con libros que con personas, puede ser una aventura romántica, intelectual y potenciadora, como ninguna otra. Si no es así, en algunos de estos dos casos, olvídelo; agarre una camisa, sus zapatos y huya lo más pronto posible.

Yo, por mi parte, debo aceptar que no he podido encontrar un gusto pleno. Me gusta la sordidez de no entenderla, de no saber de qué habla y que, a su vez, ella no entienda una sola palabra de lo que digo. Que el único gusto que compartamos sea el de su piel cerca de la mía, el olor a torpeza, el analfabetismo que emana ese aire pesado y sofocante que emerge de entre nosotros. Me gusta, también, que pueda retarme, que tenga mil mundos en la cabeza cada vez que me mira, que haya visto morir a miles de sus amigos en las páginas amarillentas de algún libro con las esquinas dobladas y deshilachadas. Que huela a tinto y a papel húmedo, que no la desvele la eternidad, que se acoja con suavidad a cada capítulo de su vida (consciente de que cada uno es justamente eso, un capítulo) y que disfrute de los conflictos, porque, como bien sabe, es la parte más excitante de toda la narración. Pero no las soporto en totalidad; no logro lidiar con la dependencia, la candidez plena, la simplicidad, con lo insípida que puede ser la chica que no lee, con esa constante e irritante intención de hacer "el bien" o de hacer "el mal", sin mayores pretensiones. De igual manera, no soporto la mirada inquisidora, con gafas o sin ellas, de la mujer que lee, por no ser el protagonista de la novela que ella desea, de no poder ser el héroe, así cumpla con las condiciones narrativas para serlo. No logro disfrutar, en lo más mínimo, la actitud iracunda cada vez que la vida le sugiere, sutilmente, que tal vez no debería ser ella la protagonista de su historia, que puede ser la narradora en tercera persona de ésta.

Como en casi todo, he optado por los puntos medios, pero no por la tibieza. Yo prefiero encontrar a una chica en la suciedad de un bar, que huela a whisky, que sepa a amargura con destellos de euforia esporádicos. Prefiero a una chica que sepa qué decir, cuando tenga que decirlo, o que no lo sepa, pero que de todas maneras lo diga en sus justas proporciones, que sepa que la eternidad es solo una ilusión insulsa, pero que no hay que temerle, ni coquetearle. Busque una mujer que pueda no ser nadie en su vida, pero que tenga la suficiente fuerza para serlo todo en la propia, así su función sea la de narrar la vida de alguien más. Que no aborrezca la frivolidad, pero no le interese sumergirse en ella. Busque una mujer que se pueda ir cuando quiera y que efectivamente lo haga; si la encuentra y no se va, no le eche la culpa, seguramente es responsabilidad suya. Salga con una mujer que pueda ser tres segundos en su vida, que le alborote la visceralidad, que pueda alimentar su euforia una vez cada dos semanas y que, por sobre todo, pueda salirse de cualquiera de las generalidades insípidas que acabo de escribir, pero pueda volver a ellas una que otra vez.

sábado, 14 de julio de 2012

La Danseuse

Solo veo movimiento a mi alrededor,
No sé si son los tragos escasos
O si es la naturaleza móvil de su ímpetu.
El espeso humo escapando de sus palabras,
Los torpes cuerpos contorneándose a nuestras espaldas,
Unas cuantas sonrisas que aparecen, furtivas, pero sinceras
Mi cara de imbécil, que cuando se esfuma, vuelve y aparece.
Movimiento, al fin y al cabo,
Como el que pronuncian sus piernas fuertes;
Movimiento, recalcitrante,
Como en su carácter dulce, disfrazado de indolente.

Ya le he puesto un seudónimo
Aunque el francés se me vaya de las manos
¿De qué otra manera podría llamarla?

Sonríe. Algo debo estar haciendo bien.
La Danseuse baila conmigo,
Aunque sin necesidad de mover los pies.
Ella habla, yo escucho; yo hablo, ella escucha.
La atrocidad de nuestro tema podría desembocar,
Sin ningún problema y con cierta facilidad,
En un suicidio doble o en una sonrisa cómplice.
La crueldad es una cualidad subvalorada,
Encantadora, pero sobretodo mitigante.

No sé si es ella mi musa esta noche
O es el humo que, con cautela, de su boca escapa.

Su exuberante belleza, ahora lo noto,
No radica exclusivamente en la picardía de su mirar,
Tampoco en su actitud de café oscuro sin azúcar,
Es mérito, en gran parte, de ese deseo
Que provoca en mí, con tan solo exhalar,
De no querer amarrarme a ella, de no quererla mía.
Es su carácter móvil, su soberanía intacta,
Esa inexorable determinación,
El ser parcialmente indescifrable.
Es ella una de esas pocas mujeres
Que provoca ver bailando a la lejanía
Con un deseo incontrolable de no entenderla jamás
Y con la tranquilidad de saber
Que es eso lo que menos desea.

La Danseuse deja de ser una mujer,
Aunque con cualidades innegables de feminidad.
Se desprende, para sencillamente ser.

Me invade, vehemente, el deseo
De dejarla seguir con su vida,
No por desinterés, no por tedio,
Sencillamente, porque lo merece.
Pero cómo negarme a ver ese brillo
Que en sus ojos aparece
Cuando sonríe, tan fugazmente,
Aunque sea por un par más de veces.


miércoles, 11 de julio de 2012

De menta

De romero, de albahaca, de puerro,
No importa de qué sean
De nicotina, de alquitrán, de cafeína,
De azúcar, de miel,
De llantos, de sed.

El primero, el más reciente, los del medio.
Hayan sido de bienvenida o de despedida
De canela, como tu piel,
De melancolía, como la mía.

Pudieron ser de muchos matices.
Con tufo a viernes en la noche
O a domingo en la mañana.

Nunca los conté,
Espero que tú tampoco;
Siempre los soñé
Y sé que tú también.

Tú diciéndome "Hola" o "¿Cómo te fue?"
Yo diciéndote "Descansa, duerme bien"

Tu beso, siempre andante en mis bocanadas,
Omnipresente, supremo, mío, fuerte, bello,
De orégano, como antier,
O de menta, como ayer.

martes, 10 de julio de 2012

Vos


Todavía me cuestiono si debí dejarte ir
Si, tal vez, debí amarrarte a mis sabanas
Amarrarte a mi sueño.

Seguramente es la ausencia

O, sencillamente, puede
Que seas vos.

Y es que es difícil, muy difícil
No joderme la cabeza pensándote.

Posiblemente deberé deambular
Huir, volver, escapar, correr,
Para regresar una vez más.

Recordame y nunca me dejés ir;
Lo digo desde mi egoismo
Lo digo desde mi amor por vos
No podría dejar que vivás sin mí.


Lo que deseo es que en vos
No pueda morir mi nombre
Jamás.







jueves, 5 de julio de 2012

Noches de ciénaga.

Llego a mi asiento habitual con ganas de escribirte,
Pero no escribir para ti,
Escribirte a ti, escribirte para mí.

Escribirte en una noche amenazante,
Con relámpagos violeta
Con besos de laurel
Mi morena, mi princesa, mi sirena
Mi mar, mi calma, mi ser.

Quiero que te quede claro que te escribo
Describirte no quisiera, describirte no podré.

Llego a mi habitual asiento
Siendo uno distinto al de ayer
Siendo frío en silencio aislado
Siendo el filo de tus dedos en mi piel.

viernes, 29 de junio de 2012

Atemporal

Ni la quietud, ni la inmovilidad son síntomas de inactividad.
La lluvia me da pistas de vitalidad
Y el brillo me recuerda su mirar.
Cantá, cantá, cantá, cantá; cantá, por favor, un poco más.

El verde no existe
Es sólo un azul
Que se refugió en el amarillo de la terquedad.

Discúlpenme, solo soy un simple mortal
Pero me gusta dar veredictos con tintes de piedra.

La inmortalidad radicará
En el brillo de su observación
En la ausencia de su razón
En la huida
En la lluvia
Radicará en la mortalidad
En la mortalidad de su color.

miércoles, 27 de junio de 2012

LAS HORAS

No es por sosa poesía, ni por deseos de expresión, que no tengo.
No me interesa comunicarte nada, ni contarte, ni decirte, ni irme
Día, fría, mía. No me interesa lo que se dice, si no como suena
Como termina cada letra pintándose en mi cabeza, en tu cabeza.

Vos, como la joven amante.
Yo, como el amante anacrónico.
La noche, la eterna polígama.


Dejame acompañar esta noche con unos cuantos momentos.
Yo oscureceré mi voz con cada bocanada de impaciencia.
Vos, lo que querás, lo que te plazca, que será tuyo.
La noche hará su parte, la de siempre, la de ella.
Nada vendrá, nadie le ha llamado. No hay necesidad.

La vida marcará, sea tu nombre, o el mío, o ambos.
Algún día hemos de encontrarnos
En alguna calle,
En algún bar,
En tu cuarto,
En el mío,
En la cama del No será,
Algún día nos encontraremos,
O creeremos encontrar.
Lo que importa es que no nos encontramos ahora
Que no te he visto, ni me verás
Que la vida te dará muchas vueltas
Que hoy sé tu nombre
Que tal vez no nos vamos a encontrar.

viernes, 22 de junio de 2012

Princesa

De nada sirve que te escriba esto. No podré salvarte con ello, no podré desterrarte del infierno con esto, no será tu libertad, pero prometo que de alguna otra manera si podré serlo.

Solo deseo que puedas ver esto, cuando pase el vendaval, y puedas ser feliz, porque cumplí mi promesa. Quiero que te quede claro, Princesa, que podrás sonreír más pronto de lo que crees, que el frío cesará, que la hostilidad y el miedo ya no tendrá lugar.

No sufras más por el temor, ni por la desolación; la marea menguará y ,cuando eso pase, dormirás entre calma y podrás soñar muchas veces más. No sufras, Princesa, que la noche siempre acabará.

jueves, 21 de junio de 2012

Como en el bolero

Hola, compañera
Acercate con tranquilidad, por favor.
Eso sí, no me abandonés todavía
Que solo vos me quedás.
Que solo necesito tu voz por unos segundos más

Hacerme daño, no, no podrías,
Lastimarme quizás,
Pero de qué servirías
Si no me hicieras sangrar.

Ayudame, te lo pido,
A divagar.
Bucear a la deriva,
Caminar sin más.
Respirar.
Doler.
Matar.
No me dejés solo.
Nunca más, Soledad.

domingo, 17 de junio de 2012

La diferencia no radica.

Ella bajó la persiana, como diría el Acuariano; yo, por mi parte, lo creo imposible ¿Qué sería de mi vida, sin ella, si no la tuviera? La necesito en mi vida sin sus ojos.

Llamémosle como realmente se llama: es egoísmo, promiscuidad, sinvergüenzada, canallada. Eso, querido amigo, es lo que somos, usted, su amigo, el amigo de este mi padre, el suyo y yo. Pero nadie nos podrá juzgar nunca, qué podríamos ser sino eso ¿De qué otra manera podríamos alimentar las ganas de vivir tranquilos, sino es así?

Ahora, mientras ella baja la persiana, nosotros caemos, y caemos con ganas, con vertiginosidad; tenga por seguro que del golpe no salimos sin por lo menos un fémur y un buen par de costillas rotas ¿Quién dice que no hay belleza en la destrucción y el caos? Si la destrucción total no es el acto más bello en este planeta, apague y vámonos ¿Acaso no es eso por lo que tanto luchamos mientras escasamente vivimos?

Ella bajó, baja o bajará la persiana, como ya he dicho, mientras tanto yo me ahogo en la sustancia amarga y marrón que sabe a ella y recalco en mi necesidad de vivir sin ella, teniéndola en mí.

Transversalidad.

La pulsión de soledad, este deseo de ser un ermitaño, me está pasando la cuenta de cobro. La noche ha llegado a darme la última estocada. Soy una bestia, como todos, buscando su propia caída sin si quiera saberlo, sin disfrutarla, pero sumergido de lleno en un festival de miembros destrozados. Alegoría a la muere y a la destrucción, qué somos sino es eso.

La melancolía es mi campo de acción, no estoy cómodo sin ella, no puedo darme nada sin su presencia en cada fonema que pronuncio; no puedo estar a gusto en la plenitud. Nada bueno nace en mí, si no es gris, frío y con dolor cervical.

Puedo notar, con el pasar de los días, que ni la pasión, ni el arte, ni la expresión han sido mi motivación principal. Mi ser no ha sido más que una excusa, un medio, para esta brutal, pesada, visceral y tormentosa necesidad de gritar, todos los días un poco, a la media noche, hasta que se me canse la voz, esperando, infructuosamente, a que se me agote la necesidad.

miércoles, 13 de junio de 2012

-¿Por qué la luz? - Dijiste.

Recuerdo que alguna vez me preguntaste por qué La luz. Recuerdo cómo brillaban tus ojos. Recuerdo. Te dije, sin titubear, que era porque lo que veía de ti era tu luz. Recuerdo.

Te dije, lo sé, que no era La luz en sí, sino que era, también, el vacío de la misma; que por ejemplo a ti no te amaba por tu presencia, como tal, ni siquiera por tu ausencia. Que la razón era que existieras, como La luz. No era necesario que estuvieras, porque las sombras parciales, o la penumbra de tu abrigo, me permitían saborear la dimensión de tu vacío.

Tu rostro me confesaba, casi con pena, que seguías sin comprenderme, y, como un último recurso, intenté iluminarte como pude, como quise, tanto como me dejaste, tanto como quisimos; descubrí que habías empezado a entenderme, aunque sin reflexionarlo. Te di un beso y te escribí en la mano que era sencillo, que lo único que importaba entender era que, aunque sin saber por qué, La luz nos agrandaba, nos acompañaba, nos huía; que era ella tu cómplice y la mía.

Nos recostamos. Recuerdo. No me entendiste en el momento, pero sé, que ahora que la luz no me muestra tu rostro, entiendes perfectamente por qué La luz.

sábado, 9 de junio de 2012

No me nombrés

La magia de no existir
De dejar obra
Viva, fuerte
Y que mi nombre no la habite.

El anonimato es ese regalo
Que todos deberíamos aceptar
Y que ineludiblemente
A todos nos llegará.

Por ejemplo, mi anonimato en ti,
Que no demora, que se avecina.
El amante sin voz, sin nombre, sin rostro
Que la noche abandona implacablemente
Todos los días
A la misma hora.

¿Qué gracia tendría la falaz inmortalidad de mi nombre?
Si, de todas maneras, nadie sabría quién fui
Por ejemplo, en ti, nunca moriré.
Pero mi nombre y mi rostro sí.

Y es que la grandeza del anonimato
Radica en que nadie podrá inventarte
Más allá de lo que si fuiste; nada.

No soy un rostro, un nombre, ni una voz
Yo soy lo que la obra diga que fui.
Yo seré la destrucción a escala
Que deje en este mundo, cuando me vaya.
Solo seré un recuerdo borroso y ruidoso
Retumbante en tu cabeza.

No hay honores, ni distinciones que valgan.

Bajo la noche que agobia y ama
Procuraré morir como un NN.

jueves, 7 de junio de 2012

Relato de unas cuantas noches vacías.

Y paso el insomnio embriagado en ruidos confusos, nauseas vagabundas y espesos humos, sofocando mis horas hasta que llegue el sol. Mi cuerpo ni se inmuta, pero mi cabeza se pudre. Cuéntame. Ya no salgo a ver la luna, ya no llueve, ya no fumo afuera, ya ni siquiera me preparo café; ya, a la noche, no le hago el amor.

Ya no la amo, ni ella, ni a la lluvia, ni a ninguna, no nos hablamos, no nos miramos y parece que solo paso mis horas despierto con ella, porque no podría compartirlas con alguien más. Mis amantes me abandonarían algún día, pero nunca pensé que lo harían siendo aun tan joven.

Estar solo, vacío, ser cobarde, gris, opaco, es mi estado natural ¿a quién quiero engañar? En la plenitud me siento incomodo. La verdad es que estoy mejor que nunca, hace mucho no me sentía tan vacío, tan de nada, tan irresponsable, tan inexistente, tan desligado de dolores de cabeza.

domingo, 27 de mayo de 2012

Quiero besarle y no volverla a ver

Yo quiero besarle y no volverla a ver. ¿Para qué soñar con un mañana? ¿Por qué privarnos de la posibilidad de fantasear con su vida tan solo después de conocer tan solo su nombre y el aroma de su aliento? Lo que llena la existencia son esos momentos fugaces de llenura instantánea, para acariciar el vacío en espera del próximo, y no esas falsas promesas de eternidad.

No es besar a cualquiera, no es acercarse porque sí, encontrá al amor de tu vida, llenate de deseo y amala por segundos no más. Sonreile a tu interlocutora y marchate feliz, para luego encontrar el próximo amor de tu vida, si es que tenés la suerte de encontrarlo una vez más.

Recostarme en el suelo, abandonar cualquier deseo de perdurar. Tan solo buscaré ese instante de de eternidad y asumiré que de todas maneras acabará.

Inminente

A vos la vida te puso aquí, a mí también. Es inevitable, algún día, en cualquier momento, vos te vas y yo haré mi parte, no hay pelea que valga, ni desgaste, ni fuerza. Nunca estaré tan cerca de quedarme como el primer día en que te vi.

La grandeza de todo radica en acaparar cada imagen, en el momento que es y guardarlas como se nos dé la gana. No más, no importa algo más. La inminente despedida es solo ese dulce pedacito que le da razón a todo. Le belleza tuya y mía están en la muerte de cada instante, no en la inmortalización de estos. El eterno revivir no es más que la excusa para sentir autocompasión u odio recalcitrante por una situación sin culpables. El espejismo de un mañana o la nostalgia del ayer, son eso, ilusiones, fantasías, necesidad de inmortalidad, pero vos y yo somos solo carne en reposo, esperando la putrefacción.

Inminente es la palabra, vos estás ahora, mañana puede que también, pero es inaplazable el día en que partirás, así como lo es el día en que yo también lo haré.

Coincidimos en un fragmento de existencia y me llena de alegría que así haya sido. Pero es el adiós, que siempre llegará,  el que le da la grandeza que merece.

Todos se van, todos; vos, tus padres, los míos, yo, tus hijos, los míos. No vale llorar, no vale gritar, patalear, golpear o amarrar. Lo que importa, repito, es que salgás a mojarte al llover, que te recostés en la sombra, que guardés cada imagen de cada instante fundamental como querás.

viernes, 25 de mayo de 2012

Dos de la mañana.

Si ella sabe a un cigarrillo a eso de las 2:00 a.m. no la dejaré ir. Y es que ¿Quién en vida podría decirle que no a un cigarro a esa hora? ¡Ah! ¿No fuma usted? Mejor para mí.

¿Qué le estaba contando? ¡Ah, sí! Ella puede tener ese sabor amargo de madrugada y eso seduce, pregúntele a mis hijos; el menor se levanta todos los días a las cuatro de la mañana, me abraza y se devuelve a dormir, y no es porque me quiera mucho, es que él tampoco puede vivir sin ella... ¡Perdón! No, digo, sin el cigarrillo en la madrugada. Ya la cabeza no me da para ser coherente, antes tampoco lo era, pero si me hubiera dado la gana lo hacía, ya ni queriendo puedo.

¿Qué era lo que le contaba? Claro, claro, de ella. Seguramente sabe a nicotina y alquitrán, y se debe mover como el humo. Digo "seguramente", porque no lo sé, no tengo la certeza y nadie me lo ha contado. Asumo yo, que si alguien me lo cuenta, me dejaría de interesar. En todo caso, seguramente no sabe a nada de eso, debe saber a fresas y chocolate, como saben casi todas las mujeres hoy en día; ese repugnante sabor del dulce. ¿A usted le gusta? Allá usted, yo si prefiero que me dé asco el sabor y aun así sentir que no puedo permitirme prescindir de éste.

Pero ¿Sabe qué? Yo creo que sí se mueve como el humo, si no fuera así, ella sería monja o, peor aún, ejecutiva en algún lugar, pero no lo es, ella es... como le digo, un cigarrillo a las dos de la mañana.